viernes, 2 de julio de 2010

Terminaba el otoño de un invierno que no pudo ser.
Tenía una pena que a pesar de su esfuerzo logró torcerle los extremos exteriores de los ojos bajándole definitivamente la mirada.
Al respirar, el aire se tornaba espeso, obligándola a inspirar con mas fuerza y contenerlo dentro de si. De vez en cuando lo soltaba de un solo soplido.
Su cabello despeinado, el maquillaje corrido, la mirada opaca.
Sus piernas y manos pálidas temblaban frágiles.
No recordaba el día en que sonrió por última vez.
Había perdido la gracia, el brillo, la magia.
No había esperado a aquellos que quisieron alejarse de su lado.
Aquel día soltó al viento su última y única esperanza.
A penas pudo levantarse para ver por la ventana las hojas caer, pero esta vez no lograron conmoverla.
No sintió frío, ni calor, estaba ausente de si misma.
Se miro al espejo pero al no poder reconocer su rostro lo arrojó al suelo rompiéndolo en pedazos.
Se dejó caer y tendida en el piso soltó un llanto débil como susurro.

Tomó un trozo del espejo, lo apoyó sobre su cuello, cerró los ojos y apagó su luz.

2 comentarios:

danny dijo...

Me gusta mucho lo que escribiste. Hay momentos así en la vida de todos. una alegría q hayas vuelto, besos

Noesperesnada dijo...

A veces el único camino es romper esa imagen que percibimos de nosotros para comenzar -aunque sea de a pedacitos- a darle forma a algo distinto.